Pinturas

Porque está moralmente mal que la TV tenga un subforo y los libros no, ha nacido esta sección. O_O! Todo lo relacionado con la literatura va acá.
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Alpargatacosmica
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Pinturas

Mensaje por Alpargatacosmica »

“Solamente tengo que esperar hasta fin de mes.”

Eso era lo que me decía a mí misma cada día, mientras me deslomaba trabajando doce horas diarias.
Trabajaba de ayudante de enfermera en uno de los muchos hospitales de mi ciudad, había comenzado allí hace casi un año. No tuve otra opción, estaba buscando empleo desesperada en esa época, e incluso había considerado la idea de hacer dinero de formas menos “nobles” para una chica joven cómo yo, si es que me entienden.
Por suerte Jenna (la mejor de las pocas amigas que tenía) me ofreció convencer a su jefa del departamento de enfermeras para que me aceptase cómo ayudante. Yo tenía un título biológico de secundaria y había hecho un curso de primeros auxilios, por lo que era una opción bastante viable. Gracias a ella terminaron aceptándome, y en el momento en el que me lo dijo podría haberla besado de la alegría que sentía.
Supongo que no necesito decir que dicha felicidad no duró mucho. Pronto aprendí lo mucho que detestaba mi trabajo. El hedor de los pacientes, las heridas abiertas, las infecciones, los hongos... era simplemente asqueroso. Yo trataba de ignorarlo, obligándome a mí misma a soportar mi desgracia.
Me obligaba a soportarlo por ellos.
Por mis hermanos.
David tenía ocho años y Lori seis, y eran mis hermanitos pequeños. Me había visto obligada a cuidarlos desde que nuestro padre (o “ese cerdo hijo de puta” cómo me gustaba llamarlo) se mató a sí mismo con una sobredosis de alcohol, convirtiéndome a mí en la cabeza de la familia a los veinte años.
En ese momento tuve que enfrentarme a la decisión más difícil de toda mi vida. Sabía que mis hermanos no tenían a nadie más a quién acudir, y se los llevarían a un orfanato si yo no hacía algo. No podía permitir eso.
Así fue cómo terminé saliendo de la universidad de artes justo antes de terminar mi segundo año allí. No había lugar para el estudio, tenía que salir y trabajar por mí misma. Tenía que juntar suficiente dinero cómo para que mis hermanos y yo tengamos algo para comer cada día.
Aprendí lo que significaba ser madre a una edad demasiado corta. Lavar, planchar, cocinar, doblar ropa, peinar a Lori, curar los raspazos de David, todo era nuevo para mí, pero me obligué a aprenderlo lo más rápido posible. No podía darme el lujo de decepcionarlos, no a ellos.
Porque los amaba. La única razón por la cual no me los había llevado conmigo antes era porque no tenía casa, sino que vivía en un mini departamento con un par de compañeras de la universidad. Cuando nuestro padre murió, me mudé a su casa y la convertí en nuestro hogar.

Ese día había sido especialmente difícil. Había entrado a trabajar a las siete de la tarde y salí a las siete de la mañana del día siguiente. Realmente me había dolido haber dejado solos a mis hermanos esa noche, pero no tuve otra opción. Necesitaba trabajar y no tenía suficiente cómo para pagarle a una niñera.
Apenas crucé el umbral de la puerta los vi a ambos dormidos juntos en la cama inflable que teníamos en el suelo. Esbocé una sonrisa mientras me agachaba y le daba a cada uno un beso en la frente, aunque tratando de no despertarlos. Parecían dos angelitos.
Acto seguido me tiré al sillón, casi derrumbándome del cansancio. Sabía que tenía muchas cosas que hacer, cómo lavar o cocinar, pero me permití a mí misma un minuto de descanso. Me permití a mí misma esos sesenta segundos de egoísmo.
Me pasé el resto de la mañana haciendo los quehaceres, los cuales terminé aproximadamente a las doce. Para entonces apenas podía mantenerme en pie, mi cabeza casi dando vueltas del sueño que sentía y mis manos doliéndome por la cantidad de trabajo que había hecho.
Fue entonces que ambos entraron a la habitación, recién despertados, y me vieron así. Por la cara que pusieron, realmente debía verme muy mal. Se acercaron, preguntándome que me pasaba. Les contesté que estaba bien, que deberían prepararse para salir al colegio, pero antes de que pudiera terminar, ambos me abrazaron.
-No queremos ir.- Dijo Lori, con una expresión de cachorro que siempre ponía cuando quería convencerme de algo.- Queremos quedarnos con vos, te extrañamos.
Comencé a decirle que no podían faltar al colegio, y que lo mejor sería que los llevase ahora porque aún tenía que preparar la comida, pero justo David me interrumpió.
-¡La vamos a preparar nosotros!- Gritó emocionado.- ¡Así podés ir a dormir tranquila!
Me quedé en silencio, pensando. Era bastante egoísta dejar que cocinen ellos solamente porque quería dormir, pero por otro lado apenas podía mantener los ojos abiertos. Además Lori había ganado un concurso de cocina para niños hace un par de meses, así que supongo que les podía dejar hacer unos huevos revueltos sin temer que incendien la casa.
-En ese caso, más les vale hacer algo rico.- Les dije, mientras me arrodillaba para abrazarlos a ambos.- Gracias, no saben lo mucho que significa para mí.
Nos quedamos en silencio durante un momento, hasta que Lori volvió a hablar.
-¿Cuándo vas a volver a hacernos una pintura?
Me quedé helada, sin saber que decir. Yo solía pintarles cuadros a mis hermanos antes, casi semanalmente. A ellos les encantaban, y los colgaban en sus habitaciones y me los mostraban cada vez que iba a visitarlos. El problema era que ya no tenía dinero suficiente para pinturas. Eran demasiado caras, y en nuestra casa cada centavo contaba.
Aun así, me moría por hacerlo, era cómo si mi alma me pidiera que dibujase o pintase algún cuadro. Lo había hecho cada día desde que era pequeña, y se había vuelto más que una costumbre. Se había vuelto parte de mí. Era para mí algo tan importante cómo respirar, pero aun así no podía, no debía.
Pintar costaba demasiado. Mis sueños costaban demasiado.
-Quizá otro día. No tengo suficiente para pinturas.- Les dije, de la forma más amable que pude.
-Podríamos juntar para comprarte.- Sugirió David, entusiasmado.- ¡Podemos vender limonada!
-Bobo, tenemos que vender galletitas.- Lo reprendió Lori, mirándolo como si fuera algo obvio.- Hace frío para limonadas.
-¡La boba sos vos!- Le sacó la lengua, a lo que ella hizo exactamente lo mismo. Estuvieron así durante varios segundos, hasta que David se volteó hacia mí.- Por favor, así podés pintarnos algo. Sé que te gusta mucho.
Estuve a punto de llorar. Me aguanté y les prometí que les pintaría algo un día de estos, que encontraría la forma.
Me dirigí a mi dormitorio, mientras los chicos discutían sobre que podían cocinar. Me tiré a la cama sin desvestirme, no había tiempo para eso. Justo antes de sumergirme en mi mundo de sueños, algo me cruzó la mente, una idea.
La mejor idea de todas. Ya sabía cómo iba a conseguir la pintura.

Pasaron varios meses desde entonces. Les había hecho muchísimos dibujos y pinturas a mis hermanos, los cuales estaban contentísimos. Pero sobre todo la que estaba eufórica era yo, por fin había podido volver a mi anterior estilo de vida. Podía crear mis obras de arte sin tener que preocuparme por el dinero.
Un día llegué más agotada de lo normal del trabajo, ya que durante las últimas dos semanas tuve que llenar las horas de Jenna. Había ocurrido una tragedia, hace un mes habían secuestrado a su hijo Marti, el cual tenía aproximadamente la edad de mis hermanos, y no lo encontraban por ningún lado.
Yo la consolé durante varios días, tratando de que no se sintiera tan mal. Le decía que ya lo encontrarían, que era cuestión de tiempo antes de que apareciera sano y salvo.
La muy hija de puta no me hizo caso.
Sin esperanzas y desolada se pegó un tiro, acabando con su vida.
Ese día justamente volvía del funeral, muerta de frío y solamente queriendo llegar a casa para cocinar algo caliente para todos, y quizá pintar un poco. Cuando llegué, me recibieron cómo siempre mis dos hermanos, con sonrisas enormes en las caras. No les había dicho que iba a un funeral, claro. Niños cómo ellos no debían saber cosas así a tan temprana edad.
Comimos y vimos televisión un rato hasta que se quedaron dormidos sobre el sillón, ambos demasiado exhaustos luego de tanto pelear sobre quién era mejor, las tortugas ninja o las sailor moon.
Vi mi oportunidad entonces. Ya era fin de mes, lo que significaba que al otro día iría a buscar más pintura, la poca que tenía ya se me estaba acabando.
Pasé la cocina y fui directamente hacia el patio. Detrás de todo había un mini refugio con paredes de madera y techo de chapa. Abrí la puerta y entré a mi taller de pintura, el cual estaba lleno de mis obras. Flores, paisajes, animales, todos dibujados con variaciones del mismo color.
Variaciones de rojo.
Me acerqué a una puerta trampa que había en el suelo. La abrí y entré por el hueco angosto que había allí. Ese era mi sótano especial, donde guardaba toda mi pintura.
Apenas bajé, escuche los jadeos y la respiración pesada de otra persona. Prendí la lámpara que tenía guardada allí. La habitación se iluminó.
El lugar no era más que un sótano viejo y lleno de moho. En el centro del lugar, había un chico atado a una silla, respirando con dificultad. A sus pies había un plato de comida y un vaso de agua, los cuales no habían sido tocados. A su lado yacía una mesita pequeña, sobre la cual había una bolsa de trasplante de sangre la cual estaba conectada directamente al brazo de ese niño. La bolsa estaba llena.
-M… mamá…- Su voz sonaba débil, cómo si apenas pudiera mantenerse despierto. Al acercarme observé que estaba muy sucio, y su cara estaba extremadamente pálida.- Mamá… mamá…
-¿Cómo estás, Marti?- Le pregunté, amistosamente. Pareció muy asustado al verme.
-No… mamá… por favor, déjame.- Trataba de liberarse de los nudos que tenía en las manos, pero era inútil.- Quiero… mamá… por favor…
-Iba a llevarte con ella, creeme.- Le dije, consternada.- Pero la puta de tu madre se suicidó ayer, así que no tengo más opción. No quería hacerte lo mismo que a los otros, pero…- Dejé la oración en el aire, esperando que Marti entendiera. Lo había traído a mi taller hace un mes, cuando realmente no tenía otra opción y estaba desesperada.
No lo hizo. Comenzó a agitarse violentamente tratando de liberarse. Yo me acerqué con calma a un mueble que había cerca de él, y saqué todo lo que necesitaba. Un machete, cinta, una bolsa de basura enorme y una piedra pesada.
Sin dudar le corté el cuello, dejando que la poca sangre que le quedaba se derramase en su ropa. Por fin se quedó callado.
Hice lo que hacía cada final de mes, aunque en el fondo había esperado no repetir eso esta vez. Oh bueno, supongo que no siempre se tiene lo que se quiere.
Desmembré a Marti y puse sus pedazos en la bolsa. Llevé todo al auto y me dirigí al lago cercano a nuestra casa. Puse la piedra pesada dentro de la bolsa y la arrojé al agua, donde nunca la encontrarían.

Al otro día ocurrió otra tragedia. Afuera había una tormenta terrible, no podría salir a buscar más pintura. Lo que significaba que no iba a poder dibujar nada durante lo que durase la tempestad. Estaba destrozada, realmente quería crear una nueva obra, sobre la cual había pensado mucho la noche anterior ¿Qué podría hacer?
-¡Hermanita!- Me gritó desde atrás Lori, abrazándome. Detrás de ella vino David, tan lleno de energía cómo siempre.- ¿Podés hacernos algún dibujito? ¡Porfa porfa!- Me pidió, entusiasta.
Estuve a punto de decirle que no podría, ya que no contaba con el material adecuado, pero entonces pasó de nuevo.
Otra idea. Realmente era una genia.
Les dije que claro que podía, lo único que tenían que hacer era acompañarme a mi taller, así podrían ayudarme. No podían creer que los iba a dejar entrar a mi guarida secreta. Estaban que saltaban de la alegría.
Yo ya sabía de donde sacaría más pintura.
Cómo dije, yo siempre encuentro alguna forma de hacerlos felices y cumplir lo que quieren. Es lo único que me importa.
Haría cualquier cosa por ellos.
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