[SIZE="5"]Cincuenta y nueve[/SIZE]
[SIZE="3"]Prólogo[/SIZE]: Hoy escribo estas breves líneas para compartir una de mis tantas experiencias en vida. Todavía no estoy seguro de haber escrito estas palabras, quizás las escriba dentro de un par de años. Quizás no las haya escrito yo, quizás la historia la haya vivido otra persona, quizás la hayamos vivido todos. Disfruten.
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Aquella mañana me desperté en la misma celda fría de todos los días, había pasado ya tanto desde mi encierro, que había perdido la cuenta del tiempo. No es que el tiempo exista, pero dejé de sentirlo cuando acepté que había perdido mi libertad para siempre.
Son curiosas las vueltas de la vida, pero era más curiosa la forma de pensar de los políticos de aquel entonces. Sin ir más lejos, ese día me informaron que había habido relección y que el mandatario de turno decidió que devolverle su libertad a los reos como yo, era una buena idea. Si bien una noticia así debería haberme sorprendido, no lo hizo; carezco ya de emociones positivas.
Cuando finalmente salí de aquel horrible lugar, puse en marcha el plan que había ideado hacía ya tantos… ¿Años? ¿Meses? ¿Segundos? La venganza era una idea que me había cautivado desde el primer momento, pero sería un tonto si no la aplicaba con sumo cuidado y respeto.
Inventé una nueva identidad, desconocida por los demás. Unos viejos contactos que aún tenía se hicieron cargo de mis necesidades básicas. Podía dedicarme totalmente a mi plan.
El mundo es una gran extensión de tierra del que conocemos una mínima parte, pero yo tenía la suerte de tener todo lo que necesitaba a mi alcance.
Me tomó poco y nada de tiempo contactar a un viejo amigo. Le decían KD. Él era quien me ayudaría a lograr mi cometido. Kade formaría un ejército dispuesto a dar todo por mí, su salvador. El siguiente paso era utópico para muchos, pero yo lo haría posible.
***
La noche en cuestión era treinta y uno de Octubre, día de brujas, noche de muertos; y yo, por definición, era uno. Había luna llena.
En aquel lugar, esa noche era de festejos. La gente era dueña de las calles, en el aire se sentía la alegría y el miedo característicos de una noche de fiesta.
Yo caminaba como cualquier hijo de vecino, nadie se acordaba de mí, nadie me reconocía. La mayoría de la gente a la que me cruzaba ni siquiera había escuchado de mí, ni entendería quizás, la razón de mi venganza. Eso no importaba, alguien tenía que pagar por todo lo ocurrido.
Fantasmas, brujas, monstruos en general decoraban la noche. Era hermoso y premonitorio. La noche de los muertos le daría lugar a la vida, porque la vida es revolución.
No quisiera que me mal interpreten, pero una de mis creencias más fuertes es que sin revolución, sin cambios constantes, la gente se conforma. Quienes están conformes, no luchan por lo que quieren, no tienen ideales, no sienten la vida. Por eso es que revolucionar es crear vida.
Mi venganza iba dirigida a quienes tenían el poder, no al pueblo. El pueblo –entendiera o no mis motivos- saldría ganando para cuando todo esto terminara.
Miré a KD, miré a los muchachos, miré a mi alrededor; la fiesta dejaría de serlo, los chicos se harían hombres. En la chapa militar que colgaba de mi cuello podía leerse el número cincuenta y nueve (59).
Finalmente había llegado el momento. O quizás no, porque todos los momentos son uno solo y, como el tiempo no existe, quizás esto nunca haya pasado y quizás nunca me haya ido de mi vieja y fría celda. O quizás si. No importa la verdad sino sus distintas interpretaciones.
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